A un paso del Campeonato

Esa lágrima que brota de esos ojos enrojecidos pegados al alambrado, esa lágrima que baja por los pómulos ajados y recorre cada surco que talló el tiempo y los años de fútbol en esa cara, esa lágrima es Huracán. Esa lágrima es este Huracán que genera emociones. Que conmueve. Que contagia. Que toca, que gana, que golea. Que es nostalgia. Que es presente. Que hoy tiene más hinchas que nunca. Y que, en 15 días, con un empate en Liniers puede ser campeón después de 35 años.

La escena, la de lágrima, se repite por todas las tribunas. Para donde se mire están las tres generaciones. Los abuelos que lo vieron, los hijos que lo recuerdan y los nietos a los que se lo contaron comparten la misma emoción, el mismo sentimiento, a grito pelado y también con lágrimas. Claro que el desahogo llegó recién en el segundo tiempo. Primero se sufrió la tensión propia de una final, la anteúltima del torneo, pero tras la expulsión de Pellerano y el gol de cabeza de Bolatti se soltó el hilo de este sueño.

Esta vez el tiqui tiqui no anduvo al 30%. Huracán dio una prueba de cáracter y, siempre fiel a su libreto, una exhibición de fútbol. Y mucho más una vez que se encontró con un hombre de más y un gol arriba por otra jugada de pelota parada. Si el equipo de Angel Cappa toca siempre, enfrente a quien enfrente, mucho más en esas circunstancias. Entonces, con Bolatti como maestro de ceremonia, cortando en el área propia y asistiendo a lo Riquelme en la otra, como en el último gol, y con toda la banda afinada para la sinfonía de toques y toques. Porque a Pastore le faltó el gol pero tuvo pimienta en los botines y Defederico estuvo encendido como en sus buena tardes. Así Huracán demolió a Arsenal, nada menos que el equipo que empezó a enterrar a Lanús hace una semana, y hoy apenas un partenaire en una fiesta ajena.