Logro lo que le faltaba

Llegó. A los 27 (casi 28), pero llegó. Lo que soñó desde que agarró una raqueta a los tres años, en su Binningen natal, Suiza, cerca de Basilea. Fue número 1 del ranking allá por febrero de 2004. Y lo hizo de manera consecutiva, por 237 semanas al hilo, hasta que Rafa Nadal le arrebató el trono. Fue top. Es top. Pero recién llegó. Después de 46.588.210 dólares en premios (ni hablar de sponsors), de cinco US Opens, de cinco Wimbledons, de tres Australias (si hasta fue medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Beijing)... Llegó. Y no se trata del hijo que su esposa Mirka Vavrinec está por darle (la cigüeña, París...). Y no sólo se trata de haber empardado a Pete Sampras, retirado oficialmente en 2003, a la hora de contar Grand Slams, 14 para ser exactos (aunque en 40 participaciones contra 52 del americano). El empate de grandes llegó en el mismo sitio donde Nadal se lo había negado en las últimas tres ediciones de Roland Garros, el título que a su vitrina personal le faltaba. Con un 6-1, 7-6 (7-1) y 6-4, Roger Federer (2°) derrotó al sueco revelación Robin Soderling (25°) y levantó por primera vez el trofeo sobre el polvo de ladrillo del Philippe Chatrier. Roger Federer, al fin, en su salsa. En el polvo de estrellas...

No era fácil la partida para este diestro, profesional desde hace diez años. Le sobraba chapa y el cuadro, durante el torneo, le fue jugando a favor sin Nadales, Djokovics y Murrays. También sin Del Potro, claro. Pero tenía adelante a Soderling. Es cierto, Roger cerró el domingo con un lapidario record de 10-0 contra el sueco (sólo le ganó en Halle, Alemania, en 2005, el único set sobre 23 disputados). Pero el rubio, vale recordar, había bajado a Rafa, Ferrer, Nadal, Davydenko y Feña González, por último, en semifinales. Igual lo barrió. No por nada tiene ya 59 titulazos en su palmarés.

Un primer set de 6-1 marcó tendencia para Roger, bajo una fuerte llovizna parisina. El segundo fue algo más irregular, más allá de haber tenido que llegar a tie break (se lo sacó de encima con un rápido 7-1). Un hincha ingresó a la cancha y (aunque nada tenga que ver, con una bandera del Barcelona en la mano), intentó ponerlo una gorra roja cuando el parcial estaba 2-1. Después le costó volver a enderezar el rumbo. Bah, hasta ahí. En el tercero, con un quiebre, volvió a ser feliz. Fue 6-4. Y lloró después de una batalla de una hora y 55 minutos, de 16 aces, de 98 puntos sobre 72, de una eficacia del 82% en la red, de.... Ya poco importaba. A pesar del casi millón y medio de dólares que se cargó en París por ser el mejor de todos. Levantó sus manos. Y lloró. No era un robot el suizo. Era un relojito con alma. Y hambre de triunfo. A pesar de todo. Llegó. Lo soñó. Andre Aggasi le obsequió la cocarda que le faltaba. Y volvió a caer en su mar. Polvo de estrellas.