Arsenal puso el alma y logró el primer título de su historia.

Cayó 2-1 ante el América, pero le alcanzó para consagrarse campeón por el triunfo 3-2 en la ida. Estaba dos goles abajo y sufría en cancha de Racing hasta que ingresó Andrizzi y convirtió el tanto del delirio. Sarandí está de fiesta.
A poco más de un mes de cumplir sus primeros 51 años de historia, Arsenal ponía en juego la gran oportunidad de su corta vida. Fuera de Sarandí por motivos reglamentarios, recibía al América de México en cancha de Racing, por la segunda final de la Copa Sudamericana. La victoria en la ida por 3-2 (el gol de visitante vale doble) les daba a los argentinos un aire especial, un colchón que aportaba la tranquilidad necesaria en estos casos. La fiesta estaba preparada para los dirigidos por Alfaro. Llegaba la hora de la verdad. El comienzo fue marcado por la presión de los locales, que salieron a agobiar a los mexicanos y taparles todas las salidas posibles. El arma principal, como casi siempre, era el juego aéreo. Así, a los nueve, San Martín cabeceó luego de un tiro libre desde la derecha y encontró bien ubicado al arquero Ochoa. Lejos de refugiarse en su campo y necesitado por el resultado parcial de la serie, el América fue a la carga y respondió con un remate de Cabañas. Desviado. Cuando el dominio se vestía de celeste y rojo, el necesitado equipo de Brailovski rompió el cero con un gol en contra. Oscar Rojas desbordó por izquierda, se metió en el área y mandó el centro con la cara externa de su pie derecho. En el intento por rechazar, Christian Díaz se llevó la pelota por delante y convirtió el 1-0 para la visita, que debía meter otro gol para poner la llave a su favor. A partir de ese momento, fue un monólogo de Arsenal, que creó situaciones de todos los colores para empatar. Aunque sin precisión. Calderón, primero con derecha y después de zurda, reventó un palo y el travesaño, respectivamente, en dos de las más claras. Y al ratito, Mosquera, solo, la tiró increíblemente afuera tras un tiro de esquina. No quería entrar. El descanso arribó con la diferencia parcial para los aztecas. Se venía un complemento bárbaro, plagado de emociones. Incómodo por la derrota parcial, el conjunto de Alfaro fue a buscar la igualdad. Un remate cruzado de Villar pasó cerca del palo derecho de Ochoa, quien enseguida se quedó con un disparo de Gómez. La siguiente, apenas pasado el cuarto de hora, Papu le dio de derecha en una salida rápida. Afuera, lejos. Hasta que se vino la noche. Luego de un pelotazo llovido, Cabañas la dejó pasar y, por izquierda, Silva definió con un zurdazo bárbaro, al primer palo. Nada que hacer para Cuenca: 2-0 y silencio total en el Clindro. Alfaro pateó el tablero y probó con variantes. Biagini ingresó en lugar de Yacuzzi, Andrizzi reemplazó a Villar y Raymonda entró por Damonte. Mientras tanto, América defendía con uñas y dientes una victoria que, hasta ese momento, le daba nada más y nada menos que la consagración. Ochoa, figura de la noche, seguía salvando a los suyos. Ahora, ante un derechazo de Gómez. Y Calderón, de zurda, desperdiciaba una buena chance para el empate. De contra, los mexicanos aprovechaban los espacios y lastimaban. Pero llegó el minuto de gloria. Andrizzi, quien estaba en el campo desde hacía apenas quince minutos, se puso el traje de héroe e hizo explotar en un grito a los hinchas locales. Casi prepotente, corajudo. Con el alma y los huevos que requieren estos momentos históricos, el volante se metió en el área con la pelota, cayéndose. Y cuando parecía que la jugada quedaba en la nada, se reincorporó y pudo sacar un remate de zurda, cruzado. Ahora sí, el 2-1, pese a ser caída, catapultaba al Arse a lo más alto. El resto fue nervios, ansiedad y dos expulsados en el América. Cuando el árbitro colombiano, Oscar Ruiz, pitó el final, todo fue delirio y vibraciones al palo. Lágrimas de emoción. Y un título que se perpetuará en las páginas doradas del fútbol argentino y sudamericano.