River tomó la iniciativa de entrada y asumió el protagonismo a partir de su postura en la cancha. Se paró diez metros en campo rival y desde ahí dominó a su gusto. Fue un arranque intensivo del equipo de Passarella, que cruzó repetidos pelotazos cruzados sobre una defensa que dudaba entre salir o quedarse. Conclusión: todas fueron dudas.
Fernández, por la derecha, fue la llave de los ataques de River, en esos primeros minutos. También por ahí iba Rosales y se le sumaban los demás. Era un River que estaba en todos lados, aunque por momentos quedaba atrapado de su excesiva aceleración.
¿Los jujeños? Tardaron en reaccionar, porque no esperaban la forma en que River planteó el partido. Igual, de a poco fueron saliendo y se adelantó a partir de las gambetas de Carranza, por todo el frente de ataque.
Peligro concreto, en ese cuarto de hora inicial, hubo poco. Los dos, más allá de sus intenciones, caían en los pelotazos (frontales, para colmo) que no hacían otra cosa que simplificar la tarea de las defensas.
River siguió dominando por su actitud. Tenía la pelota y cada arranque de Ortega (movedizo, en uno y otro sector) ponía de pie a los hinchas. Faltó, sí, ese momento de pausa, adentro del área sobre todo, para desequilibrar a una defensa que no dio espacios.
A los 33 minutos llegó la jugada más clara del primer tiempo. Mientras el técnico Gómez les hacía señas a sus jugadores para que salieran del fondo, Ortega (en el rol de conductor) hizo un par de amagues hasta que lo dejó en posición de gol al pibe Abelairas, quien entró al área en posición de 10 y sacó un zurdazo a quemarropa que el arquero despejó como pudo.
A partir de ahí vino lo mejor, en ese frenético primer tiempo. Ortega levantó la cabeza y cruzó fenómeno una pelota adentro del área, por donde entró Rosales, quien pese a recibir en una incómoda posición, la cacheteó de zurda. Adentro y gol. Merecido por donde se lo mire. Pero los jujeños se soltaron y enseguida encontraron el empate. El atrevido Carranza, a pura gambeta, se mandó y la colocó a lo grande, lejos del arquero.
Ese jugadón sacudió el ánimo de River. Porque salió golpeado a jugar el segundo tiempo. Se empezó a abrir en defensa, en el medio no encontraba la pelota y los delanteros, lejos de todos, pasaban inadvertidos. ¿Ortega? No se sintió tan cómodo adentro de la cancha y además, los rivales se dieron cuenta de que el negocio era tomarlo de manera escalonada para no dejarlo dar vuelta.
Carranza, estimulado por su gran gol, fue ganando confianza. Cada arranque era un dolor de cabeza para Tuzzio o Sánchez, sus ocasiones marcadores. También para los laterales. Había peligro en ambas áreas, pero los locales tuvieron una jugada neta y no la dejaron pasar. Pieters la acomodó a un rincón y estableció la diferencia parcial, con muchos minutos por delante.
River, lógicamente, salió disparado a buscar la igualdad. Probó por la derecha, por la izquierda, por el medio... Por todos lados. Y la encontró después de un centro al punto del penal, donde apareció sin marcas Zárate para acomodarla de cabeza junto a un palo.
Fue un final electrizante. River sufrió con pelotas cruzadas y estuvo a punto de irse con las manos vacías. Empataron, en definitiva, y a los dos les cayó bien.
Fernández, por la derecha, fue la llave de los ataques de River, en esos primeros minutos. También por ahí iba Rosales y se le sumaban los demás. Era un River que estaba en todos lados, aunque por momentos quedaba atrapado de su excesiva aceleración.
¿Los jujeños? Tardaron en reaccionar, porque no esperaban la forma en que River planteó el partido. Igual, de a poco fueron saliendo y se adelantó a partir de las gambetas de Carranza, por todo el frente de ataque.
Peligro concreto, en ese cuarto de hora inicial, hubo poco. Los dos, más allá de sus intenciones, caían en los pelotazos (frontales, para colmo) que no hacían otra cosa que simplificar la tarea de las defensas.
River siguió dominando por su actitud. Tenía la pelota y cada arranque de Ortega (movedizo, en uno y otro sector) ponía de pie a los hinchas. Faltó, sí, ese momento de pausa, adentro del área sobre todo, para desequilibrar a una defensa que no dio espacios.
A los 33 minutos llegó la jugada más clara del primer tiempo. Mientras el técnico Gómez les hacía señas a sus jugadores para que salieran del fondo, Ortega (en el rol de conductor) hizo un par de amagues hasta que lo dejó en posición de gol al pibe Abelairas, quien entró al área en posición de 10 y sacó un zurdazo a quemarropa que el arquero despejó como pudo.
A partir de ahí vino lo mejor, en ese frenético primer tiempo. Ortega levantó la cabeza y cruzó fenómeno una pelota adentro del área, por donde entró Rosales, quien pese a recibir en una incómoda posición, la cacheteó de zurda. Adentro y gol. Merecido por donde se lo mire. Pero los jujeños se soltaron y enseguida encontraron el empate. El atrevido Carranza, a pura gambeta, se mandó y la colocó a lo grande, lejos del arquero.
Ese jugadón sacudió el ánimo de River. Porque salió golpeado a jugar el segundo tiempo. Se empezó a abrir en defensa, en el medio no encontraba la pelota y los delanteros, lejos de todos, pasaban inadvertidos. ¿Ortega? No se sintió tan cómodo adentro de la cancha y además, los rivales se dieron cuenta de que el negocio era tomarlo de manera escalonada para no dejarlo dar vuelta.
Carranza, estimulado por su gran gol, fue ganando confianza. Cada arranque era un dolor de cabeza para Tuzzio o Sánchez, sus ocasiones marcadores. También para los laterales. Había peligro en ambas áreas, pero los locales tuvieron una jugada neta y no la dejaron pasar. Pieters la acomodó a un rincón y estableció la diferencia parcial, con muchos minutos por delante.
River, lógicamente, salió disparado a buscar la igualdad. Probó por la derecha, por la izquierda, por el medio... Por todos lados. Y la encontró después de un centro al punto del penal, donde apareció sin marcas Zárate para acomodarla de cabeza junto a un palo.
Fue un final electrizante. River sufrió con pelotas cruzadas y estuvo a punto de irse con las manos vacías. Empataron, en definitiva, y a los dos les cayó bien.
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